Lo que el experimento de Milgram todavía puede enseñarle a las empresas sobre liderazgo, cultura y responsabilidad.
En 1961, el psicólogo Stanley Milgram, de la Universidad de Yale, realizó un experimento que se convertiría en un hito en la historia de la psicología social. Su objetivo: medir hasta qué punto las personas están dispuestas a obedecer órdenes que contravienen su conciencia personal.
El procedimiento era el siguiente: un voluntario, asignado al rol de “maestro”, debía aplicar supuestas descargas eléctricas a un “alumno” (en realidad, un actor) cada vez que este cometía un error en una tarea de memorización. Las descargas aumentaban progresivamente hasta niveles peligrosos. A pesar de que muchos participantes mostraban signos evidentes de estrés—sudoración, temblores, risas nerviosas—el 65% llegó a administrar la descarga máxima de 450 voltios, simplemente porque una figura de autoridad se lo indicaba.
¿Y si esto también pasa en las empresas?
El experimento de Milgram revela cómo la obediencia a la autoridad puede llevar a individuos a actuar en contra de sus valores personales. En el contexto organizacional, esto se traduce en culturas donde:
- Se prioriza la obediencia sobre el pensamiento crítico.
- Los empleados ejecutan órdenes sin cuestionar su ética o eficacia.
- La innovación se ve limitada por el miedo a desafiar el statu
Este tipo de ambientes puede sofocar la creatividad y la responsabilidad individual, elementos esenciales para el crecimiento y la adaptabilidad empresarial.
Respeto ≠ obediencia ciega
Fomentar una cultura de respeto no implica exigir obediencia absoluta. Las organizaciones exitosas valoran:
- La capacidad de los empleados para cuestionar constructivamente.
- La apertura a nuevas ideas y enfoques.
- La responsabilidad compartida en la toma de decisiones.
Al empoderar a los colaboradores para que piensen y actúen con autonomía, se promueve un entorno más dinámico y resiliente.
Reflexión final
¿Cumplimos sin cuestionar o lideramos con pensamiento crítico?
En un mundo donde la automatización y la inteligencia artificial están en auge, el pensamiento crítico y la ética humana se convierten en ventajas competitivas insustituibles.