Cuando Zoom —el símbolo máximo del trabajo remoto— pidió a sus empleados que volvieran a la oficina, muchos lo interpretaron como el principio del fin para el trabajo remoto.
Pero, ¿realmente estamos frente a un fracaso del modelo remoto? ¿O estamos viendo algo más profundo?
En realidad, no es el modelo el que falla.
Lo que falla es la cultura que no logra sostener conexión, compromiso y sentido en las personas, más allá del lugar físico donde trabajen.
Trabajar remoto no es simplemente abrir una laptop en casa.
Es construir una forma de trabajo basada en confianza, autonomía, propósito y equipos bien diseñados para colaborar en contextos dinámicos.
El error es pensar que traer a la gente de vuelta a la oficina resolverá automáticamente problemas de motivación, comunicación o productividad.
Cuando en realidad, esos problemas existían mucho antes de que el home office fuera una opción masiva.
Zoom no fracasó porque sus empleados trabajaran en remoto.
Zoom fracasó, como muchas otras organizaciones, en construir una cultura capaz de sostener equipos conectados, motivados y alineados, sin importar el espacio físico.
La distancia no desconecta a los equipos.
La falta de propósito y de sentido compartido, sí.
Hoy, más que nunca, las empresas deberían dejar de discutir si “lo mejor” es ser remoto, híbrido o presencial.
La verdadera pregunta es otra:
¿Qué tipo de cultura están construyendo para que las personas quieran quedarse, comprometerse y construir valor real?Porque no se trata de “dónde” se trabaja.
Se trata de por qué trabajás, para quién, y con qué sentido.